Para emprender un nuevo proyecto, no esperes a que todas las condiciones estén dadas. Siempre faltará algo. ¡Arrancá ahora! Siempre hay tiempo para ajustar las cosas.
En cada paso que inviertas en emprender un nuevo proyecto, aprenderás a ser más fuerte, más seguro, más hábil… más exitoso.
Cuando tenemos una idea que nos parece interesante, mejor es poder expresarla en acciones. Emprender un nuevo proyecto siempre genera expectativas. Claro que para emprender se necesitan ganas de levantarse y hacer algo. Si las cosas no salen como esperamos, bueno es entender que no hay fracasos, sólo intentos.
Ante todo, gracias por leer mi blog. Escribí este texto porque luego de varias experiencias mi manera de pensar cambió y gracias a mis nuevos pensamientos, pude lograr el cambio de hábitos necesarios para llegar a donde deseaba. Bienvenido a mis reflexiones compartidas, todo un gusto si son de tu agrado y utilidad. Te deseo un estupendo día por delante.
Manos a la obra
Es en la etapa de “manos a la obra” donde comienzan las adversidades, y tal vez para algunos, impedimentos insoslayables que frustran tempranamente los proyectos.
Con el tiempo aprendí a observar de las personas exitosas, los escalones que precedieron a sus logros. Es esclarecedor encontrar los pasos anticipados y la trayectoria enfocada que realizaron, ya que la gran mayoría coincide en una minuciosa preparación previa.
Emprender un nuevo proyecto es relativamente sencillo, son los triunfos importantes los que llevan tiempo y no son fáciles.
A veces, cuando las cosas van mal, nos vemos forzados a mirarnos al espejo y preguntarnos ¿qué estamos haciendo mal? También cuando todo va bien, tenemos una mirada introspectiva y nos sentimos orgullosos de nuestras decisiones.
Sin embargo, no medimos con la misma vara nuestros éxitos y fracasos.

Nuestros logros seguramente necesitaron de una combinación de características innatas o aprendidas. Se requirió esfuerzo y determinación para lograr un objetivo.
Nuestras opciones malogradas probablemente surgieron de una combinación de situaciones que desconocíamos o no pudimos resolver a tiempo.
¿Fracasos?, sólo intentos
No somos los mismos, si estamos parados en un éxito o fracaso. Encontrar un equilibrio es parte de la maduración y de conocernos a nosotros mismos.
La vida es un escenario donde nos ocurren cosas buenas y no tan buenas. Nos define la actitud que tomamos frente a esas situaciones, tal vez un buen triunfo nos convierta en algo petulantes y tal vez un yerro nos impulse a la búsqueda de un pequeño manto de humildad.
Por lo anterior, los emprendedores sabemos que son las equivocaciones, los errores, los intentos, los descuidos y desaciertos; las cosas que verdaderamente nos enseñan, nos hacen mejores personas. Y cuando llega el éxito, tiene otro sabor. Me refiero a esa sensación que vivimos cuando sabemos que lo hemos logrado, ¡Y nos lo merecemos!
Distinto es cuando la cosa viene de “arriba”. De ser así, no se deleitó de esa sensación que es el transitar las etapas de desarrollo y de conocer en profundidad el emprendimiento.
Se trata entonces del camino, no del destino.
Aprendemos de los errores porque si no asimilamos los hechos, volvemos una y otra vez a una lección que se repite. Y si los descuidos continúan, no es que vamos de fracaso en fracaso, es señal de que lo estamos intentando; y eso es lo que vale. No bajar los brazos frente a las contrariedades.
Mal trago
Con un nuevo proyecto encaminado, recuerdo un día, cuando una persona en una oficina contigua, me estaba criticando por una decisión que había impartido para un grupo de trabajo (basándome en mi pericia), y deslizó: – “pero que sabe, si es un fracasado…”.
Claro que escuché su disconformidad, pues mi estudio estaba cerca y con la puerta abierta. No lo voy a negar, mi primer pensamiento enardeció mi cabeza con ánimos negativos, pues mi “emprendimiento fracasado” era muy reciente y todavía no me había recuperado del golpe de renunciar a un proyecto propio. Ni siquiera había asimilado el proceso de superación de su abandono.
Es decir, la resiliencia aún no había golpeado mi puerta.
Me dolía porque mi proyecto era un sueño hecho realidad, que me llevó años de preparación, capacitación e inversión. Un emprendimiento que me aportó disgustos, sacrificios, pérdidas, imprevistos, obsesiones y estrés.
Por supuesto muchas satisfacciones, otro capítulo.
Claro que nadie me obligó a emprender, fue una decisión personal.
Afrontar la realidad

Me generaba angustia escuchar opinar a alguien de forma liviana, sin saber de los sacrificios que tuve que realizar, sin conocer las horas que le robé a mi familia y las restricciones económicas que forcé a mis seres queridos en virtud de perseguir un anhelo.
Un desafío que casi me derrota.
No recuerdo muy bien sus palabras exactas de disconformidad, si recuerdo cómo me sentí cuando me tildó de “fracasado”. Es decir, recordamos siempre cómo nos hicieron sentir, y no en detalle lo que nos dijeron.
Sabía muy bien que no me sentía un “fracasado” porque conocía meticulosamente cada esfuerzo realizado. A pesar de ello, me dolían las consecuencias que mi reciente proyecto me había dejado. Además, cómo no tenía un “éxito precedente” para refutar la expresión de la persona en cuestión, no tenía argumentos “válidos” para convencer al resto del equipo de trabajo que la acción impartida era la adecuada. Reitero, la acción encomendada surge en base a mi experiencia, que era el aprendizaje que había obtenido cuando no conseguí lo que deseaba.
Y pensaba, que diría el resto al respecto si mi experiencia no solo no llegó a buen puerto, sino naufragó.
¿Cómo ganaría liderazgo y convicción en un nuevo proyecto?, si mi emprendimiento anterior e inmediato me había enterrado materialmente y demolido toda emoción de emprender.
Anhelos y expectativas
Mis grandes expectativas, fueron clave de lo que tuve que vivenciar.

El dolor que inevitablemente se había presentado, lastimó mi orgullo con una prueba irrefutable. La realidad indicaba: el proyecto NO FUNCIONA, no es rentable. El sufrimiento era opcional, aunque me dolía muchísimo tener que abandonar una pasión; aclaro nunca la abandoné, simplemente reconstruí de las ruinas una nueva configuración.
Sobre mi proyecto, tenía claro que había agotado todos los recursos a mi alcance para que el emprendimiento continuara. No obstante, “aguantarlo un tiempo más a ver qué pasa” me pudo haber arrastrado a una situación desastrosa en lo económico y financiero. Saber soltar un proyecto en un momento oportuno, también es parte del proceso de aprendizaje.
Hoy a la distancia comprendí que lo que me dolía era la verdad que me había enseñado mi proyecto de ensueño, y que cuando la tuve enfrente, manifestada de realidad, no quería ni verla.
No todo lo que brilla es oro
Afirmo, durante mucho tiempo había idealizado una actividad, sin conocer el simple hecho de haber estado “del otro lado del mostrador”. Aprendí que subestimé a muchos porque carecía de las cualidades necesarias para mantener encendido un emprendimiento.
He aprendido que un objetivo logrado, por pequeño que sea, nos brinda satisfacción. Y si la meta es muy importante para nosotros, la conquista libera nuestro verdadero poder, tan necesario para seguir intentando y no claudicar.
Ahora, ¿cómo hacemos para encontrar nuestro verdadero poder si aún no hemos logrado nuestro objetivo? Si aún no somos exitosos en lo que hacemos, ¿cómo nos motivamos en lo nuestro para no desmoralizarnos frente al primer encontronazo con el duro presente?
Es sabido que los verdaderos logros no son repentinos. Transitamos un camino lleno de intentos, hasta que un buen día se dá. Suerte pensarán algunos, no visibilizando nuestras experiencias pasadas. Los tropiezos son fundamentales e inevitables para nuestro éxito.
No es suerte, es compromiso.
Es un contrato con nosotros mismos por emprender, por estar satisfechos de haberlo intentado, por esforzarnos por nuestros sueños y no trabajar por los sueños de otros, por buscar autonomía, por administrar nuestros tiempos, por ser creativos las veces que queramos.
Sin lugar a dudas los emprendedores somos nuestros proyectos, porque los defendemos y protegemos hasta el final.
No hay logros sin metas
Dado que hay mucho escrito sobre las metas alcanzadas, me resulta interesante abordar que pasa cuando las cosas no salen como esperábamos.
Nuestra naturaleza humana nos lleva a negar los hechos en vez de reconocerlos como errores propios. Ni hablar, si se trata de emprendimientos fallidos que pudieron tener consecuencias nefastas. Está claro que muchas veces distorsionamos nuestras apreciaciones de la realidad y nos protegemos del sufrimiento que conlleva un error y desviamos la culpa hacia otras causas o a otros individuos.
La clave está en asumir los errores como intentos. El éxito que buscamos es muy poco probable que llegue en el primer intento. Sostengo, nunca hay que dejar de intentar.
Si caemos, tenemos que volver a emprender un nuevo proyecto.
Hay que intentar, intentar, intentar… perder el miedo a intentar y empezar todo de nuevo. ¡La fórmula del ÉXITO!
Y si estamos por embarcarnos en un nuevo proyecto, tenemos que poner la lupa en lo aprendido, en las experiencias anteriores. Debemos profundizar el análisis de nuestros intentos y antecedentes, comprender por qué somos emprendedores; y observaremos que las ideas en las que se enfoca nuestra mente asomarán naturalmente permitiéndonos conocernos mejor para saber cómo actuar en busca de un logro inevitable.

Para un emprendedor no hay imposibles, solo existen personas que dejan de intentarlo.
De mi experiencia, nace una máxima que aún conservo: “Sin ideales de comunicación, es imposible la evolución de los medios.”
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